Apocalipsis 2: 7 interpretación
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”.
Este versículo forma parte de una serie de mensajes que Jesucristo envía a siete iglesias en Asia Menor (Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, Laodicea y Éfeso) a través del apóstol Juan. Cada mensaje comienza con una descripción de las características de la iglesia en cuestión y una afirmación de la autoridad y el conocimiento de Cristo. Luego se ofrecen palabras de aliento y exhortación, así como advertencias sobre las consecuencias de no seguir a Cristo.
En el versículo 7 de Apocalipsis 2, Cristo ofrece una promesa para aquellos que vencen en la lucha contra el pecado y la tentación. La promesa es que tendrán acceso al árbol de la vida, que se encuentra en medio del paraíso de Dios. Esta promesa es significativa porque el árbol de la vida es mencionado por primera vez en el libro de Génesis, en el jardín del Edén. Después de la caída del hombre, Dios colocó querubines con espadas flamígeras para proteger el acceso al árbol de la vida y evitar que Adán y Eva comieran de él y vivieran para siempre en su estado de pecado.
La promesa de Cristo de permitir que aquellos que vencen coman del árbol de la vida sugiere que la restauración de la relación entre Dios y la humanidad es posible a través de la victoria sobre el pecado y la muerte. La victoria sobre el pecado y la muerte se logra a través de la fe en Cristo y la obediencia a sus mandamientos. La promesa de Cristo también sugiere que la vida eterna no es solo un estado de existencia, sino que también implica una calidad de vida en la que los creyentes tienen acceso a la plenitud de la vida y la comunión con Dios.
En resumen, el versículo 7 de Apocalipsis 2 es una promesa de Cristo para aquellos que vencen en la lucha contra el pecado y la tentación. La promesa es que tendrán acceso al árbol de la vida, que se encuentra en medio del paraíso de Dios. Esta promesa sugiere que la restauración de la relación entre Dios y la humanidad es posible a través de la victoria sobre el pecado y la muerte, y que la vida eterna implica no solo un estado de existencia, sino también una calidad de vida en la que los creyentes tienen acceso a la plenitud de la vida y la comunión con Dios.